Algunos matices sobre la «literacidad» literaria: la mediación

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Leer textos y contarlos, volver a la seducción de ser lector y transmitir la experiencia, es una de las facetas que no debemos olvidar al momento de trabajar la literatura dentro del aula.

En un maravilloso libro «Dime» de Aidan Chambers, se proponen maneras de abordar los libros y relatos dentro del aula a partir de la conversación literaria. Según Teresa Colomer, Chambers propone tres tipos de participación: «compartir el entusiasmo, compartir la construcción del significado y compartir las conexiones que los libros establecen entre ellos» (Colomer, 2002). Por lo tanto, estoy hablando de una socialización de la lectura, ya que en el fondo, toda construcción de significado es social y compartida.

Cada uno de nosotros – dentro de su experiencia como profesor – ha tenido la posibilidad de encantar a sus estudiantes cuando relata un cuento o expresa su experiencia con el último libro que está leyendo… así como la risa contagia a quien la escucha, un profesor de castellano que se asume como lector, contagia su placer a sus estudiantes. Del mismo modo, escuchar la voz de los implicados y qué es lo que piensan de lo leído, aporta un abanico de perspectivas que enriquecen la interpretación de un texto.

Sin embargo, dentro de la distribución de horas lectivas, el deseo de los colegios por sobresalir en el SIMCE y la PSU (o la angustia en algunos casos) y la aplicación de un programa que muchas veces resulta ser agobiante, van aniquilando la llama lectora de los implicados y muchas veces dentro de la sala ya no se lee literatura, sino que se analiza. Se analizan sus periodos históricos, sus tecnicismos, su teoría. Jóvenes adolescentes que están viviendo una etapa de descubrimiento (que muchas veces es con miedo a sí mismos y a los otros), se pierden en el maremagnum de conceptos vacíos y sin signifcado. No se lee poesía, se analiza. No se lee un relato, se busca su narrador. Y así, vamos descuartizando a la literatura, convirtiéndola en un giñapo y una expresión sin sentido.

No estoy en desacuerdo con el estudio de la literatura, en el conocimiento del autor, su contexto de producción y recepción. Tampoco estoy en desacuerdo con el conocimiento de los recursos retóricos o de los movimientos literarios. Es un camino que es necesario, pero no tiene por qué ser el único. Muchas veces todos nuestros esfuerzos se concentran en la transmisión de la literatura por medio de una enseñanza repetitiva, descontextualizada y fragmentarizada que poco o nada tiene que ver con las habilidades que miden las pruebas estandarizadas (increíblemente) o con las competencias que se les exigirá a los estudiantes el día de mañana.

La literatura y su enseñanza es un terreno difícil de explorar y un término díficil de asir. Muchos investigadores se han cuestionado la importancia de la transmisión de la literatura en el aula, la problemática de su transmisión (Bombini, Jover, Colomer, Mendoza Fillola entre otros) y la preocupación de su franca extinción como expresión humana, única e irrepetible (en otro post analizaré la decadencia de las humanidades).

Dentro del escenario recién descrito, nuestra posición como mediadores es fundamental. Ser mediador, es asumirse como lector. La mediación está dentro de la socialización de los textos literarios y es una visión profundamente «vygotskiana». Es conocido que la zona de desarrollo próximo, propuesta por Vygotsky, nos habla de la construcción del aprendizaje desde un vínculo semático y que este es posible gracias a la mediación de alguien que «sabe» más y «ayuda» al otro. Según Felipe Munita, la mediación así vista, tiene un alto valor emotivo en la que la afectividad y la dicha de leer, contagia el gusto por la lectura en el iniciado (Munita, 2011).

La lectura de los textos dentro de un escenario de mediación abre las posibilidades de construcción de significado a partir de elementos semióticos y discursivos. Cuando hablo de elementos semióticos hablo de los aspectos de la literacidad (y de la «multiliteracidad»): la posibilidad de unir el mundo formal de la escuela con los espacios informales del estudiante. Esto es, incorporar otros valores y significados que proporciona la cultura popular, por ejemplo, y que tienen un significado construido por los individuos que comparten esa visión de mundo. Por ejemplo, el mundo de los memes, de las redes sociales, del snapchap y otras tecnologías que expresan un modo de decir. Dentro de los elementos discursivos, comprender la realidad de esa escuela y cómo sus actores implicados construyen y entienden el mundo. La lectura literaria no puede realizarse sin considerar esos factores. La literatura de este modo no puede desarrollarse dentro de parámetros descontextualizados en donde no hay lectores, pues nadie escucha al otro.

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